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Alrededor del año 1.500, en pleno siglo XVI, cuando la historia cuenta que comenzó la Edad de Oro de la Piratería, gobernaron nuestros mares temibles corsarios como Arudj Barbarroja. Su nombre describía a su singular barba rojiza. Arudj tenía un hermano Jeireddin que siguió sus pasos. Fue en Orán donde  Jeireddin conoció a la princesa Fadhila, nieta del último rey musulmán de Granada De ese amor prohibido nació una hija, de tez morena y cabellos rojizos, de una belleza singular y de nombre Âmar, Luna en su significado árabe. 

La princesa Fadhila logró ocultar a su padre el nacimiento de la niña pidiéndole meses antes poder visitar durante una temporada a su hermano Abenalsid, que moraba en Tánger. Era un hombre de pensamiento libre y avanzado para su época, y tenía por debilidad a su hermana pequeña, por lo que aceptó con cariño protegerla de su padre, procurar por ese amor proscrito y por el buen nacimiento de su sobrina.

Poco tiempo después de nacer Âmar, fue descubierto el amor de Jeireddin y Fadhila por el padre de esta, nuevo Sultán de Orán, y ante la condena a muerte para ambos que dictaminó, huyeron a un destino desconocido y del que nunca regresaron, dejando en manos de su sabio hermano la crianza de la niña.

Cumplidos dieciocho años, justo antes de la muerte de su tío, diseñó su propio navío, una goleta de perfil excepcional y cualidades anteriormente nunca vistas. Gracias a los amplios conocimientos en ciencia que había cultivado pudo aplicar en el diseño avances poco propios de la época, convirtiendo a esa goleta en el barco más veloz que nunca había surcado el Mediterráneo. Bautizó el navío con el nombre de Nahla, que significa gota de agua. En pocos años ya había logrado convertirse en leyenda. Empezó a conocérsela por el apodo de Luna Roja, por su nombre árabe y por el color de sus cabellos. Sólo actuaba una vez al mes, después de estudiar y preparar al detalle cada caso, siempre escogido, y cuando había luna llena. Perpetraba abordajes a otras embarcaciones de pueblos tiranos en los plenilunios, y asaltaba ciudades aprovechando las pocas lunas llenas rojizas que se producen al año, habitualmente no más de dos o tres, puesto que la luz que producían provocaban confusión entre los vigías a la hora de divisar su flota pirata. Sus conocimientos de astronomía también le proporcionaron, así, un sistema de ataque imbatible. 

En los poblados costeros del Mediterráneo temían las noches en las que veían aparecer en el horizonte una luna llena rojiza. Sabían de la posibilidad de ser asaltados por la temible Luna Roja. Tal era su leyenda, tal su fama, que en esos días hombres y mujeres solían recogerse pronto, y a los niños se les asustaba con que la pirata los raptaría si no se portaban bien en esas noches.

En el  Torreón dels Penyals había un joven vigía llamado Jaume,  era un joven de poco más de veinte años de figura esbelta, cabello moreno, piel tostada y ojos negros. 

En una noche cálida de junio, aunque menos de lo habitual, Jaume vio aparecer sobre el mar la luna llena, que empezó a teñirse de rojo. Sabía que debía agudizar su atención aquella noche, pues conocía, como todos, la posibilidad de un ataque inminente por parte de la gran pirata Luna Roja.

No le dio tiempo a escapar. Jaume había divisado tarde la flota, como tantos otros vigías. Solo pudo advertirle a su hermano que permaneciera escondido en la torre, y empezar a correr gritando “Ens ataca Lluna Roja! Ens ataca Lluna Roja!”. Le tomaron preso antes de que pudiera llegar siquiera a casa del alcalde.  Jaume acabó en una bodega húmeda, fría y atestada de otros prisioneros en la imponente Nahla. Al amanecer, unos brutos lo arrastraban de los pelos hasta la cabina de la capitana Lluna Roja.

Nada más entrar a empujones en la cabina de la capitana, que le esperaba para interrogarle, Jaume vio su silueta a contraluz. Entrecerró los ojos hasta que pudo poner rostro a la oscura figura. Divisó entonces un semblante dulce, singular. Le sorprendió su largo cabello rojizo y desordenado que llevaba sin recoger. Le impactó su belleza, su porte fino pero insolente, sus ojos brillantes y su media sonrisa burlona. Lluna Roja era una mujer hermosa, diferente al tipo de bruja que siempre había imaginado, y lejana a la imagen que se contaba de ella.  

“Así que sois el vigía de Miramar…un perro fiel a sueldo del alcalde…”, dijo “Veréis, estoy muy furiosa. Siempre consigo lo que me propongo, y en esta empresa pensaba hacerme con más mercancías y riquezas de las que mi tripulación me ha traído. Bienes, os recuerdo, que vuestro alcalde le ha quitado a las gentes sencillas de la aldea. Creo que las guarda a buen recaudo, y mis hombres no han sido capaces de encontrarlas. Y creo también que vos sabéis donde se esconden”, le expresó imperativamente.

 “Señora, estáis equivocada. Mi aldea es humilde y carece de grandes riquezas. El alcalde es uno más entre las gentes sencillas del pueblo. Y yo soy un vigía sin sueldo, un pescador y un buscavidas”. La mirada segura y desafiante que le dedicó a la capitana después de soltar estas palabras turbó a Lluna Roja, causándole una sensación que nunca antes había experimentado con ningún prisionero.

 “Tenéis un hablar y unos modales poco corrientes para un pescador buscavidas…Creo que se me serviréis mejor en esta goleta que vendiéndoos en el mercado de esclavos. Necesito un vigía que no me exija un sueldo y un buscavidas que sepa pescar cuando se me antoje un galludo”, dijo Lluna Roja irónicamente.  Después de una semana desde su llegada al barco, Jaume ya se encontraba cara a cara con su captora, al menos, unas diez veces al día. Nunca antes, ni Lluna Roja ni Jaume, habían vivido algo igual. En sus vidas pasadas no habían dejado espacio para el amor.

“Jaume, sois feliz a mi lado?”, le preguntó un día. El joven contestó con una franca sonrisa “Feliz soy a vuestro lado”, y un hondo silencio se produjo tras esas palabras.

Un día Lluna Roja le volvió a formular la pregunta, y de nuevo Jaume le respondió como acostumbraba. Pero después del silencio que siguió la pirata sí replicó. “Entonces por qué tenéis tristeza en vuestros ojos?”, dijo. Jaume la miró durante unos segundos que parecieron eternos. Y finalmente le contó por qué era feliz a su lado pero no podía deshacerse de la tristeza que le acompañaba. Le contó que padecía por su hermano, por su pequeño, del que no sabía nada.  Desembarcó a Jaume en Miramar, prometiéndole con lágrimas en los ojos que se encontraría con él todas las veces que le fuera posible. Él pasaba horas ante el mar, suspirando por que cada nuevo día fuera el que los reuniera de nuevo. A veces cada seis meses, otras veces cada diez, venía siempre por sorpresa, pero cada vez repleta de tesoros y buenas mercancías para todos los aldeanos de Miramar. Y siempre que volvía, nunca de noche, ni con luna llena, ni roja, sino cuando despuntaba el sol, todos los habitantes del pueblo organizaban una fiesta en su honor que duraba todo el día y toda la noche.

 

Cuenta la leyenda que un día, de repente, Lluna Roja desapareció. Nunca más se le vio postrada en proa, dirigiendo sus navíos y desafiando a las tiranías del mundo moderno. No se volvieron a repetir saqueos contra aldeas y ciudades costeras. Nunca, nadie, volvió a verla. Cuenta la leyenda que desapareció de los mares para pasar el resto de su vida en una pequeña aldea llamada Miramar junto a los suyos, junto a Jaume, Josepet y otros que vinieron después, y que dejaron huella generación tras generación hasta las que hoy pueblan este lugar del mundo.

Lluna Roja

La leyenda de Lluna Roja se da una mezcla de hechos reales y de ficción.